Hacia el crecimiento
Por: Pastor Mauricio Naranjo
16/02/2020

Nos es difícil cambiar nuestros hábitos y costumbres. Por ejemplo, ¿cómo nos sentimos cuando tomamos un nuevo camino para ir al trabajo o regresar a casa? Posiblemente se nos hace extraño hacerlo. Por eso agradecemos cuando nos sentimos seguros y a salvo, aunque la Palabra nos enseña algo distinto.

2 Corintios 2:14. El apóstol Pablo da gracias a Dios porque Él nos lleva siempre en triunfo, pero donde nos encontramos ahora ya no hay triunfo. Podemos haber experimentado triunfos en el pasado y ya no vivirlos más. Antes, nuestro trabajo nos ponía muchos retos, y ahora se ha vuelto aburrido. Todo iba bien en el área financiera, y ahora pensamos dos veces antes de invertir. Al principio del matrimonio cada día una experiencia nueva, y ahora es algo cotidiano.

Pero a Dios gracias, que no nos va a dejar en el mismo lugar, porque Él quiere llevarnos hacia una vida de triunfo. El triunfo es salir de nuestra zona de confort, el triunfo es conocer algo nuevo, el triunfo es un nuevo desafío.

Lucas 8:24. Todo empezó con una tormenta, nada de que preocuparse. Pero se hizo más fuerte hasta transformarse en un huracán que nunca habían experimentado. La barca parecía voltearse. Los discípulos de Jesús se angustiaron y pensaban que iba a morir. De pronto, alguien regresa a ver y se sorprende que Jesús durmiera en medio de sus circunstancias. “¡No puede ser! Él esta durmiendo mientras nosotros perecemos. Lo voy a despertar, si nosotros morimos, él tiene que morir con nosotros. ¡Despierta!” Así actuamos frente a cambios en nuestra vida. Queremos que los demás sientan lo que sentimos. No aceptamos o no queremos ver otra opción.

Cuando perdemos un trabajo, un negocio no sale o perdemos a un ser amado, Dios está listo para abrir otra puerta. Cuando algo sucede en nuestra vida, es porque Dios quiere llevarnos a una bendición que no hemos experimentado antes. El Señor quiere sacarnos de nuestra zona de confort y llevarnos de gloria en gloria hacia el triunfo.

El pueblo de Israel fue esclavo por 400 años en Egipto. Se acostumbraron a vivir de esa manera, hasta que vino Moisés a sacarles de esta forma de comodidad.

Éxodo 6:6,9. Primero, Dios aflige a los Israelitas para que salgan de su cultura de esclavitud, y segundo, Dios les ofrece libertad. Luego los saca al desierto, y por 40 años les dio de comer maná. No les gustaba, aunque era su alimento diario. Pero esta estación del desierto y el maná eran solamente temporales.

Dios cierra puertas que nos pueden limitar para abrir otras que nos desafían. El desierto fue un paso, no un destino. Cuando el Señor llevó a los israelitas al desierto, fue para que le conozcan y aprendan a depender de Él. Pero su destino era la tierra prometida, la tierra del crecimiento. Les entregó esta tierra, pero ellos debían poseerla. Dios les prometió siempre estar con ellos, pero tenían que ser obedientes.

La tierra prometida es la tierra de la multiplicación, la tierra de la bendición. El desierto, en cambio, es el lugar donde dejar el pasado.

Josué 4:23-24. Lo que Dios quiere que veamos y vivamos, va a provocar que le temamos todos los días y eso nos llevará al crecimiento.

 

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