La verdadera prosperidad
Por: Pastor Martín Holguín
Cuando escuchamos la palabra «prosperidad», solemos pensar en riquezas materiales: casas, autos, educación de élite, y dinero. Sin embargo, Jesús nos enseña de una prosperidad diferente a esa.
Aunque no está en contra de que tengamos dinero, Jesús advierte que el amor al dinero puede robarnos la verdadera prosperidad. En tiempos de Jesús, la mayoría de los judíos vivían en extrema pobreza, y los pocos ricos lo lograban comprometiendo sus principios.
En el Sermón del Monte, Jesús habla del Reino de Dios, que ya está aquí. La vida eterna comienza ahora, no cuando morimos. Con su muerte y resurrección, Jesús venció la oscuridad y nos invita a vivir de manera radicalmente diferente.
Jesús y las posesiones. Jesús advierte que las riquezas pueden alejarnos de Dios. En Mateo 6:19-21 dice: «No almacenes tesoros en la tierra, donde las polillas los destruyen y los ladrones los roban. Almacena tesoros en el cielo, donde nada los daña ni los roban, porque donde esté tu tesoro, allí estará tu corazón».
El «tesoro en el cielo» es la paz y satisfacción de seguir las enseñanzas de Jesús, como amar a Dios y a los demás. Actos de bondad, generosidad, perdón y compasión son los verdaderos tesoros que debemos almacenar.
La verdadera prosperidad. Jesús continúa diciendo que no podemos servir a Dios y al dinero (Mateo 6:24). Debemos usar el dinero para servir a los demás, no al revés; recordemos que somos solo administradores de lo que tenemos, no dueños.
Confianza en Dios. Jesús también nos llama a confiar en Él y no preocuparnos por las cosas materiales. En Mateo 6:25-34 nos recuerda: «No se preocupen por lo que comerán o vestirán. Miren los pájaros: no siembran ni cosechan, pero Dios los alimenta. ¿No son ustedes más valiosos que ellos? Busquen el Reino de Dios primero, y él proveerá todo lo que necesiten».
Este mundo es inestable y lleno de incertidumbres. La verdadera prosperidad no está en las posesiones ni en buscar seguridad en algún lugar terrenal, como otro país. Cuando nos enfocamos en lo material, perdemos de vista lo que realmente importa: lo eterno y nuestra relación con Dios.
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